Tengo una pareja de estupendos amigos que a los 40 años pasados, y después de haber trabajado desde los 17 años en la misma empresa textil, se vieron despedidos de sus trabajos tras el cierre de esta última. Pero lejos de tirar la toalla o de lamentarse, buscaron solución y la encontraron abriendo una tienda de ropa a través del Grupo Reprepol, una firma mayorista especializada en tiendas y franquicias de ropa y complementos infantiles. Y la verdad es que les va bastante bien. Tienen en efecto una tienda céntrica muy bonita en la ciudad donde viven. Al tener hijos pequeños todavía en casa (soy papá de cinco hijos, dos niños y una niña que tuve con mi anterior pareja, y dos niñas de 3 y 6 años que tengo con la actual), me toca pues ir a menudo a esa tienda a comprar ropa o cualquier otra cosa. ¡Ya sabéis lo que crecen los niños durante los primeros años!
Bueno y hay que decir que los niños de hoy son más exigentes que los de antaño. Les gusta ir bien vestidos y a la última. Nuestra sociedad de consumo y los medios de comunicación en los que los niños juegan un papel relevante, mucho tienen que ver con este fenómeno. Mi hija Nela, por ejemplo, si su mejor amiga lleva en el pelo un lacito “así o asó” o un vestido o pantalón de tal color, ¡pues no duden en que ella también los querrá! ¡Pero así son las cosas! También es verdad que no siempre les compro a mis hijos todo lo que me piden, porque a pesar de tener la suerte de trabajar y de ganarme correctamente la vida (soy terapeuta ocupacional), intento ponerles límites para que aprendan a valorar y a apreciar la suerte que tienen. ¡Porque lo fundamental en la vida es tener salud y vivir en un país en paz!
Y ahora, en estas fechas tan señaladas, me tocará gastarme unos cuantos euros ¡sí o sí! en la tienda del Grupo Reprepol. Mi hijo Tomás ya me dijo efectivamente el otro día que querría que los Reyes Magos le trajeran el jersey y las botas de los Minions, que vio la última vez que fuimos allí. ¡Qué horror! No entiendo el afán y pasión que sienten los niños –e incluso las personas mayores– por esos inmundos y tontos personajes. A mí no me parecen graciosos, pero ¡tampoco a mis padres les gustaba Pipi Calzaslargas! Sin embargo yo la idolatraba. Por aquel entonces, me acuerdo que soñaba con ser libre como ella: sin padres, sin escuela, sin ataduras de ningún tipo… No entendía la posición firme de mis padres. “Había un tiempo para todo. Uno para estudiar y otro para jugar”, repetían incansablemente. Hoy, los entiendo y de hecho lo mismo les digo a mis hijos…
Lo más seguro es que les compre a mis hijos los regalos que les han pedido a sus Majestades de Oriente, porque debo reconocer que se han portado bien y que han obtenido buenas notas en el colegio. Con lo cual, aparte de unas cuantas cositas, les compraré en la tienda del Grupo Reprepol, las botas y el jersey que me pidió Tomás, así como el lacito y el pantalón azul que tanto le gustó a Nela, un juego de sábanas y un peluche a las efigies de los malditos Minions para mi hija Lea, un vestido de lana de cuadros para Susana, y por fin, ropa de baño para mi hijo Stan, a quien le encanta nadar. Y ya…
Estoy muy orgulloso de mis hijos, no sólo por su buen comportamiento y las buenas notas que han obtenido en el colegio, sino también porque el otro día, sin decirme nada, los mayores ayudados por los más pequeños juntaron todos los juguetes, peluches y ropa que ya no se ponían o con los que ya no jugaban para que todo ello se lo llevásemos a una asociación caritativa que ayuda a los niños refugiados sirios, etcétera. Parece ser que hayan aprendido la lección: ¡valoran la suerte que tienen de vivir bien y en un país en paz!